A finales de 2023 me vi en la necesidad de viajar a República Dominicana en busca de atenciones médicas de urgencia. La gravedad no era suficiente como para que me recibieran en un departamento de emergencias ni leve lo suficiente como para esperar seis meses por una cita médica en los Estados Unidos. Tuve que viajar.
Y fue lo mejor que hice.
En una estadía de tres semanas, el gastroenterólogo me enteró que los malestares intestinales, la fatiga intensa y el aventamiento punzante que mortificaban mis días y mis noches eran propios del Síndrome del Colon Irritado. Un alivio hasta cierto punto, pues me es posible heredar otras enfermedades más agresivas de mis ancestros.
La condición sí es crónica, tanto que para el sistema federal de los Estados Unidos pudiera ser razón suficiente para registrarte en el listado de personas con alguna discapacidad o necesidad especial. Los cambios pronunciados en mi peso, textura del cabello, ánimo y nivel de concentración ya me anunciaban los retos que me vería por afrontar.
Créeme que yo temía no salir de estas. Mejor dicho: pedí mi muerte o renacimiento. Y en cama, tras mejorarme de otro cólico terrible, me di cuenta que no me iba sin echar una pelea. Entonces, me metí al cuadrilátero.













Llevo más de siete meses dedicada a entender mi cuerpo y cómo reacciona ante las cosas que consumo, el estrés que manejo y el ejercicio que hago, como quien se reinventa una mañana a la vez. Opté por reconocer lo que he logrado en mis 34 años de vida, haciendo actos de amor propio que muchas veces esperaba recibir de los demás: comprándome flores cada vez que puedo, saliendo a comer aunque fuera a solas y limitando interacción con gente y contenido que no alimentaba mi recuperación y paz mental. Me estoy dando mucho gusto, puedo decir.
Uno de los más significativos fue la sesión de fotos que produje para mi cumpleaños. El estilismo y maquillaje fue de Pepe Polanco y las imágenes de Bright Media Films. Aunque cosas más sencillas como celebrar la temporada de Acuario junto a colegas, reunirme nueva vez con una amiga de antaño y participar de una grabación en vivo del afamado show radial Wait, Wait…Don’t Tell Me han sido igual de significativas.
Atreverme a seguir viviendo luego de haber sufrido tanto en la cruel batalla que acabó con la vida de mi abuela me resultaba mucho pedirme. Me sentía muy cansada en aquel momento. No dejo de estarlo. Pero, estoy consciente que Mamá Fifina supo que tenía el pleito perdido y aun así se metió al cuadrilátero. Eso siempre me ha hecho reflexionar profundamente sobre los agentes de cambio y el propósito de vida cuando se nace siendo guerreras, revolucionarias: qué importa ganar ni perder; lo que importa es retarse a sí misma.

Si tienes alguna condición de salud que haya llevado a cambios repentinos en tu vida o en la vida de algún cercano, siéntete en la libertad de compartir y comentar.

